Líderes de la pequeña pantalla: los casos de Reagan y Trump

Liderazgo
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liderazgo político no es una cualidad innata sino que se adquiere con la experiencia de diferentes ámbitos profesionales.

¿Es posible la comunicación y el liderazgo a través de la pequeña pantalla? Que nadie lo dude a estas alturas. La habitual es que la comunicación juegue un papel fundamental a la hora de transmitir, trasladar o dar a conocer a quienes se exponen en primera línea de fuego para conseguir un fin.

Lo habitual o normal es que el sujeto primero dé un paso al frente y, por mediación de los medios de comunicación, obtenga el reconocimiento social necesario para consolidarse entre las masas. Sin embargo, este proceso de “promoción” no es el único válido para ser famoso entre la multitud. Existen y existirán casos de personajes que, en primer lugar, fueron famosos por sus careos en la pequeña y gran pantalla, y después dieron el salto hacia otro ámbito, como es la política.

Arnold Schwarzenegger, de Terminator a Gobernador de California; Clint Eastwood, de Harry el Sucio a Alcalde republicano en California o Cynthia Nixon, de Sex and the city a candidata a gobernadora de Nueva York. Estos son algunos de los casos más llamativos a nivel internacional.

Sin embargo, no podemos pasar por alto dos nombres propios: Ronald Reagan y Donald Trump. El primero por su optimismo, liderazgo transformacional y afán populista merced a sus apariciones en películas de western; y el segundo, con un cierto paralelismo con el primero: aparece en más de doce películas e, incluso, en los Simpsons y durante diez años se coló en los salones de los americanos con su espacio televisivo “El aprendiz”.

Ambos posicionaron el mismo slogan, que no era otro que hacer grande a EEUU. Aunque eran épocas diferentes las heridas contextuales eran las mismas: crisis económica, conflictos internacionales varios y ausencia de las señas de identidad patriótica.

A Ronald Reagan se le conocerá por el desembarco de Normandía. Bush llegó a decir de Reagan que era «un aguerrido líder en la causa de la libertad». Contempló el nacimiento y la muerte del comunismo. Era consciente del poder de la televisión y no dudó en utilizar su poder para promocionar, justificar y planificar tantas acciones fueran necesarias para tranquilizar a la sociedad norteamericana y la del mundo entero.

Al actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, también tuvo un largo recorrido por las televisiones. Nada más llegar al poder no vaciló a la hora de atacar a Afganistan. Amenazó a Corea del Norte y advirtió al resto de disidentes. Al igual que Reagan, su postura es contraria al del comunismo, es capitalista y proteccionista americano. Representa a ese nuevo sueño americano.

La televisión le permitió a Trump consolidarse ante la opinión pública como un hombre de negocios. Explotó la grandeza de la televisión e introdujo uno de sus vocablos favoritos: “Desire”.

Lo de ser presidente no fue casualidad. A finales de los 80 Donald Trump ya pensaba en ser el inquilino del despacho más importante de EEUU. Fue realmente una idea promocional para una de sus publicaciones, que una carrera seria hacia el despacho Oval. Él nunca escondió la idea de verse como presidente.

En ambos casos, su liderazgo procede de la televisión y de la toma de decisiones atrevidas. Los dos coinciden en la transformación de su país, en el proteccionismo económico americano y conocedores del poder de la televisión ya que Reagan y Trump lograron su presidencia por la fuerza de su imagen personal y de lo que fueron capaces de transmitir a través de ella. La fama, el carisma y la credibilidad de estos dos tipos se forjaron entre cámaras, luces y mucha acción.

Por lo tanto, el liderazgo político no es una cualidad innata sino que se adquiere con la experiencia de diferentes ámbitos profesionales tal y como ha ocurrido con estos dos casos analizados.

Para entender y desarrollar las funciones de un líder en el ámbito político, debemos centrarnos en las numerosas características que se describen y de la innumerable literatura que hay sobre ella. Al tratarse de un área de conocimiento estudiada por distintos ámbitos, se aprecia cómo ésta evoluciona y cómo los líderes políticos se adaptan a los nuevos tiempos para mantener su hegemonía.

Por ejemplo, ahora Trump se ve obligado a utilizar las redes sociales para posicionarse. El uso y consumo de los teléfonos móviles y el auge de estas herramientas digitales provocan cambios en sus hábitos, una adaptación a la que no se tuvo que enfrentar Ronald Reagan puesto que en su época era la radio quien competía con la televisión.

Como es sabido la televisión marcó un antes y un después en EEUU tras el debate de 1960, en aquel cara a cara entre un Nixon sin maquillar y un Kennedy que cuidó hasta el más mínimo detalle de su estética. Las cámaras ensalzaron a un candidato que entendió una nueva forma de comunicar. Kennedy y Nixon rompieron la dinámica establecida. Supuso un antes y un después para la comunicación política y, especialmente, en la forma de captar el voto. La sociedad americana entendió ese modelo televisivo como un cambio innovador.

En España, tendríamos que remontarnos a la etapa dorada de Adolfo Suárez cuando en julio de 1976 puso en marcha toda la maquinaria y técnicas persuasivas en un momento y contexto histórico clave en nuestro país, como era la Transición. Suárez no tuvo más opción que trasladar el modelo americano a España. Se rodeó de los mejores profesionales del sector y dotó de medios un canal que fue capaz de reunir a todos los españoles alrededor de la pequeña pantalla. Entre series de televisión con temática adecuada al contexto de la época y unos informativos cuyos contenidos estaban a medida para que la sociedad tomara la forma adecuada.

Como se puede comprobar, en todo este proceso de “liderazgo”, nos encontramos con un mismo elemento: la televisión. En los tiempos actuales no hay político que no persiga una cámara de televisión. Motivos no le faltan. La comunicación política televisada no es nueva y no necesita adaptarse a nuevos contextos. Está consolidada y es influyente. Hay alcaldes que disponen de programas mensuales para interactuar con los vecinos y conocer de este modo sus sugerencias o quejas.

Por todo ello, la comunicación y la relación de los líderes con su audiencia causa unos efectos tanto positivos como negativos, pero quiénes saben explotar las virtudes de este medio favorece la imagen del político. Un líder capaz de plantar cara a los retos de la pequeña pantalla obtiene ese grado de riesgo que se le exige a los líderes para consolidar dicha condición. Un líder debe ser atrevido, tiene que arriesgar y afrontar los retos de la sociedad. La televisión logra reunir todas estas variantes y muchas más, que solo son entendidas por quienes aceptan el pulso social.

 

Trump y su liderazgo empresarial

Cuando se dice que la experiencia es un grado con Trump, su trayectoria empresarial no es menos interesante. Aunque hay que saber diferenciar el liderazgo político del liderazgo empresarial, todavía hay autores que vinculan de una forma u otra al mundo los dos liderazgos por la forma de gestionar los recursos humanos de la misma. Tanto en política como en la empresa, el propósito no es otro que llegar a los objetivos trazados por la organización: sean empresa o institución pública.

Lo que no cabe duda es que un líder debe interactuar con su ámbito de dominio para asentar su posición dominante, todo ello en base a unas características concretas. Por liderazgo, bien sea político o bien empresarial, se concibe como proceso de interacción y cuyo resultado de esas relaciones favorecen la posición del político o gestor. En el caso concreto de la política, el líder[1] se posiciona en un sistema democrático con un modelo concreto de comportamiento (NATERA, 2001).

Ahora, Trump es el líder de los americanos aunque genere dudas con sus formas. Reagan y Trump son dos ejemplos de representantes electos que no sólo tenían y tiene –en el caso de Donald- la misión de administrar de forma eficiente, eficaz y responsable los recursos públicos y dar solución a los problemas que la sociedad plantea sino que, además, tiene que ser capaz de solventar cuestiones como las propias crisis de gobierno, las institucionales o las estructurales procedentes del territorio. Por ese motivo, del término “líder”, el ciudadano lo que espera en situaciones adversas son explicaciones y argumentos convincentes de que “no volverá a ocurrir”[2] (BOIN, HART, STERN y SUNDELIUS, 2007). Y en este caso, Ronald Reagan y Donald Trump van cogidos de la mano aunque en contextos y problemáticas diferentes.

Para la experta María José Canel, el líder no solo depende de su eficacia y eficiencia ante una institución política, sino que tiene que contar con otros factores que también se cruzan por su camino. Por ese motivo, el liderazgo no es resultado sólo de una persona, sino que hay otros elementos -de carácter más organizacional- que están jugando también un efecto en la capacidad de liderar (CANEL, 2010:119-120). También hay que resaltar, la importancia de las estrategias del equipo y la política comunicativa, no sólo de la marca del partido sino de la propia persona. En este sentido, la televisión juega una baza crucial para la obtención de los resultados deseados y esperados. Las audiencias crecen por lo que la lucha por ganar audiencia se ha convertido en un quebradero de cabeza para muchas televisiones y partidos políticos que son conscientes del poder de la televisión. La pequeña pantalla ha sido capaz de cambiar nuestros propios hábitos.

La sociedad se ha ido adaptando a esos nuevos modelos y cambios, pero aún más los políticos que requieren lanzar masivamente un mensaje. La tecnología se adapta con eficacia y comodidad, a una sociedad abierta, relacional y móvil que pasa muchas horas en la calle, en contacto con otras personas (GUTIÉRREZ-RUBÍ, 2011:114), por lo que el tamaño de la pantalla sigue siendo uno de los objetos más deseados por el ciudadano y el político, independientemente si se trata de una tele, móvil o táblet.

Al margen de la variedad de las pantallas y los terminales, el impacto referencial se da en la mayoría de ocasiones a través de la televisión aunque en determinados casos son los periódicos o las emisoras de radio quienes alzan a uno u otro. Aunque, cabe matizar que la batalla por liderar el proyecto o por ganar unas elecciones “se da en la mente de los electores, no en los medios de comunicación” (SANCHÍS y MAGAÑA, 1999:93).

 

 

Medio de reacción

La televisión se consolida cada día más como un medio de reacción ante los acontecimientos de su entorno de influencia. Este medio supone que los ciudadanos también son parte activa, al igual que los políticos.

El político tiene en sus manos un medio que favorece la transmisión de información y, al mismo tiempo, de promoción de sus contenidos políticos, lo que supone una clara puesta en escena de la propaganda política. Detrás de cada noticia, información o proyecto que difunda siempre tendrá una intencionalidad electoralista.

De todos modos, independientemente de que la comunicación del político o líder transfiera información o propaganda política, SANCHÍS y MAGAÑA (1999), indican que “la única forma de ganar en unas elecciones es crear corrientes de opinión favorables, ya que es imposible ganar las mentes una a una”.

Sobre ello, el consultor político PEYTIBI (2016) hace una acertada y concisa referencia sobre la importancia que los ciudadanos le dan a dicho medio de comunicación, ya que según éste ocupa “junto a la jornada laboral y dormir, la mayor parte de la vida cotidiana de un considerable número de personas”.

Otro dato que pone de relevancia el uso de la televisión es que éste sigue siendo uno de los equipos tecnológicos con más presencia en nuestros hogares. La televisión sigue acaparando nuestra atención, y es por ello que el político pone todo su foco en llegar a impactar al votante.

El experto SÁNCHEZ MEDERO (2016) también aporta a esta teoría que la sociedad se enfrenta a una “democracia minutada, caracterizada por una fuerte obsesión por el minutaje de la televisión y aparición en los medios”.

Queda patente que en un mundo más conectado, la comunicación del líder no debe descuidar su presencia en los medios de comunicación tradicionales como la televisión y tampoco los emergentes como los blogs, webs o redes sociales, que son visualizadas constantemente por los usuarios a través de terminales digitales. La comunicación es igual de importante para cualquier plataforma ya que el público objetivo se halla disperso tanto geográficamente como a la hora de consumir su información.

Pero es indudable que la televisión es el medio por excelencia de la clase política. La televisión es, sobre todo, proximidad y se concibe como un medio de comunicación muy influyente. La política difícilmente pueda prescindir de ella. La apuesta por la pequeña pantalla supone una herramienta poderosa para escuchar y ser escuchado, uno de los mayores ejercicios de los políticos que quieren llegar lejos.

Tras conocer los casos de éxito expuestos, no cabe duda que la pequeña pantalla atrapa a las masas tanto para lo bueno como p ara lo malo. En el caso concreto de Donald Trump, se le sigue viendo como un reclamo televisivo. A principios de este año se anunció que tendría su propia serie de televisión. Veremos en que queda este proyecto, pero lo que no cabe duda, que los focos siguen encendidos para un presidente que es incapaz de huir de las cámaras de televisión: sus gestos, sus decisiones, sus formas de comunicar y su perfil de extravagante le convierten en un reclamo de masas, pero con el condicionante de que ahora ya se trata del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Su sueño se hizo realidad.

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