Los periodistas tenemos enormes oportunidades: de la misma manera que tientan al mal ejercicio.
Desde la irrupción de Internet primero, y de las redes sociales después, el periodismo cambió para siempre. El ejercicio de la profesión núcleo de los medios de comunicación se modificó, ya que las prácticas debieron adaptarse a las características del nuevo mundo comunicacional. Con una gradualidad de moderada a escasa, una multiplicidad de fuentes estuvo disponible de manera casi simultánea.
Dos consecuencias inmediatas fueron que muchos -quizás la mayoría- consideraron que ya no era imprescindible estar en el lugar de los acontecimientos. Y, de ellos, varios se aventuraron al ejercicio de informar sin apelar al chequeo, garantía del buen ejercicio periodístico.
Al interior de las redacciones, sobre todo de los medios gráficos, la aparición de Internet favoreció la comodidad, enemiga íntima de cualquier actividad. Y más de la periodística, que se hizo más sedentaria que nunca.
Las redes sociales exacerbaron, y lo sigue haciendo, las malas tentaciones. Facebook primero, Twitter y YouTube después, Instagram un poco más tarde, todas más adelante -y en la actualidad- se convirtieron, más de lo recomendable, en fuentes de información que luego no era sometida al obligado y noble ejercicio del chequeo, no ya por medio de la consulta a los protagonistas de la noticia o a los portadores del saber, sino ni siquiera a través de otras fuentes provenientes del mismo universo mediático.
El periodismo se vio y se ve contaminado por la influencia de trolls, bots, fake news y demás fenómenos que, con otros nombres, vinieron a exacerbar malas prácticas que siempre existieron, pero antes con otros nombres no extranjerizados: pescado podrido, mentiras, operaciones de prensa.
El escenario comunicacional es complejo en todo sentido. La multiplicidad de canales hace imposible hablar hoy de un universo clásico o tradicional, compuesto por los diarios, la radio y la televisión.
Desde el punto de vista académico, el panorama complica incluso a las más tradicionales y prestigiosas corrientes teóricas, que deben ser reinventadas para incorporar a esos nuevos habitantes que al parecer vinieron para quedarse, más allá de sus formas.
Ya no alcanza hoy con apelar a la expresión “estamos en un mundo hipercomunicado”, para graficar la multiplicidad de los canales y la vorágine en la que circula la información. Otro término debería ser empleado con más asiduidad, y podríamos llamarlo pancomunicación. Desde el punto de vista científico, no se trata de una expresión nueva, es cierto. Pero resulta necesario apelar a su etimología para graficar su alcance. El prefijo pan, en su raíz griega, tiene como significado “todo”. Y comunicar, del latín “comunis”, refiere a poner “en común” ideas o pensamientos.
Hoy todo se pone en común, absolutamente todo se comunica, desde las simples acciones cotidianas de cualquier habitante del planeta, hasta los más complejos hallazgos científicos y tecnológicos.
La comunicación política es, en este aspecto, un acto preferencial, por cuanto todos los gobiernos y todos los candidatos tienen o quieren tener presencia en las redes sociales, lo que se suma al interés, que siguen manteniendo, en que sus acciones, propuestas o expresiones aparezcan en los medios tradicionales.
En la mayoría de los casos en los que los candidatos o gobiernos no están en las redes, la razón no se vincula con el desinterés o la subestimación -en ese caso, si el propio candidato o gobernante no quiere, seguro sus asesores o consultores lo convertirán en habitante de ese mundo-, sino por dificultades de tipo tecnológico, como suele advertirse en las comunidades más chicas del interior de la Argentina, en los que la conectividad es una materia pendiente. Pero esta cuestión, vinculada a la falta de inversión y relacionada con el aislamiento y la falta de oportunidades que caracteriza a las democracias incompletas, merecería ser tema de otra exposición.
En el caso que nos ocupa, entonces, el periodismo y, por consiguiente, los medios de comunicación se encuentran ante desafíos permanentes.
Por eso, aunque se podría suponer que la multiplicidad de canales y el fácil acceso a las redes sociales generan que sea más sencillo hacer periodismo, la contaminación que conlleva este universo pancomunicado hace imprescindible que los comunicadores sean -seamos- cada vez más profesionales.
¿Qué significa ser más profesional? Se podría pensar que para ser un buen comunicador alcanza hoy con manejar con suficiencia las herramientas y que hasta sería recomendable convertirse en un experto en nuevas tecnologías.
Es cierto que actualmente resulta muy necesario contar con esos conocimientos, pero eso no lleva, necesariamente, a profesionalizar el periodismo.
Profesionalizar el periodismo consiste, básicamente, en rescatar ese cúmulo de prácticas, conceptos y conocimientos que están en la base del ejercicio, más allá de cualquier soporte. Y es, también, mantenerse actualizado, pero no necesariamente para conocer las últimas tecnologías y para saber manejar un drone.
Mantenerse actualizado implica saber, por ejemplo, que la primicia, producto estrella del periodismo del Siglo XX, es hoy un término en desuso, no por cuestiones semánticas y por el aggiornamiento inevitable del idioma, sino porque resulta casi incomprobable decir o saber quién dio una información antes que otro. Y porque, además, en el mundo de la hipercomunicación y de la pancomunicación resulta hasta intrascendente erigirse en portador de un dato, cuando ese dato se transforma, se amplía, se deforma, se niega, se confirma -a veces todo al mismo tiempo- desde el mismo momento en que se hace visible en el universo mediático.
Profesionalizar la comunicación implica saber, entonces, que no importa quién da primero la noticia, sino quién la da mejor. Apresurarse a hacer público un dato sin el debido chequeo, sin la maduración que muchas veces necesita el desarrollo de los acontecimientos, puede tener consecuencias no deseadas.
Y esas consecuencias no deseadas no pasan por el ya vulgar escarnio cibernético al que todos estamos expuestos, porque en la práctica profesional del periodismo no está en juego tanto el prestigio personal como la responsabilidad social, de la que nunca un comunicador debería apartarse porque está relacionada con la calidad democrática, con la pluralidad de voces, con la distinción clara entre información y opinión, y entre información, opinión y publicidad o propaganda, entre otras cuestiones.
La responsabilidad social del periodismo implica contar con las competencias adecuadas para que la información dada sea la mejor posible, y en la cual los receptores -oyentes, lectores, televidentes, usuarios- puedan confiar.
Esta responsabilidad social es un aspecto que, hoy, los gobiernos y los candidatos no deben soslayar, porque, en el mundo de la pancomunicación la relación que construyan con los medios de comunicación debe ser lo más transparente y respetuosa posible. Es que los dirigentes políticos y los medios comparten, aunque a veces no lo consideren, su bien más preciado: la credibilidad.
Sin embargo, es necesario todavía considerar que la responsabilidad social que implican las buenas prácticas periodísticas pondrá, también, a resguardo a los medios de comunicación del embate de los poderes -formales o informales- a los que de manera inevitable se enfrenta, no porque uno contenga el bien y otro el mal, sino porque ambos -aunque conserven el mencionado bien intangible de la credibilidad en común-, poderes y medios, compiten cada vez con mayor agresividad por el control de la agenda pública en la que, a su vez, ha ido creciendo la intervención de las audiencias o, simplemente, de los ciudadanos interesados en los asuntos públicos.
De manera complementaria, la responsabilidad social pondrá al periodista profesional al resguardo legal, ya que los medios de comunicación han sido siempre espacios expuestos a esas consecuencias, preanunciadas la mayoría de las veces a través de cartas documento que son el prólogo, muy a menudo, de batallas legales perdidas, por la simple razón de que, cualquiera sea el soporte, los productos de los medios siempre perduran en el tiempo y rara vez se pierden en el espacio.
En definitiva, en el universo pancomunicado, los periodistas tienen -tenemos- enormes oportunidades: de la misma manera que tientan al mal ejercicio, presentan un escenario rico para las buenas prácticas. Ya que el periodismo se provee de fuentes, es innegable que hoy, por efecto de la tecnología, existen múltiples disponibles, al mismo tiempo. Esa sola consideración, sin mencionar otros fenómenos vinculados a la instantaneidad de comunicación que permiten los teléfonos y sus aplicaciones, puede ayudar, y mucho, a que los medios ofrezcan información variada, plural y de mayor calidad.