Los verdaderos líderes asumen responsabilidad, no la evaden, y menos aún, culpan al pueblo de sus desaciertos.
El último trimestre del 2019 fue convulsionado para varios países de la región. Con protestas en Chile, Ecuador, Colombia, Bolivia, Honduras, y Haití.
Exceptuando Bolivia –donde el foco fue político-, para el resto, el argumento de las protestas se centró en el débil crecimiento económico de la región. De hecho, América Latina, prácticamente, no viene creciendo, al punto que, globalmente es la región que menos creció durante 2019. A eso se suman los problemas de desigualdad; la sensación de incumplimiento de las democracias a sectores sensibles de la población; la exclusión del ciudadano del sistema político; además, el ejercicio del poder en manos de pequeños grupos privilegiados, etc.
En noviembre del año pasado, a raíz de esas protestas, en mí artículo “Las explosiones sociales, llegaron para quedarse” afirme que: “…podemos decir que los ciudadanos han llegado al límite, perciben que el sistema democrático no está ofreciendo las respuestas y soluciones a sus requerimientos, por lo tanto, al sentirse al límite, explotan”. Las situaciones que originaron esas protestas no han sido resueltas, por el contrario, la pandemia los ha agravado; pero, la prioridad ha hecho que, tanto gobiernos como ciudadanos, se enfoquen en resistir en el confinamiento.
Eso quiere decir que la pandemia ha venido a darles una bocanada de oxígeno a los gobiernos; la prioridad pasó a ser el virus y el distanciamiento físico, el confinamiento, por lo tanto, las protestas disminuyeron. Sin embargo, las tensiones sociales están latentes y en aumento, y los gobernantes hacen como, si no se dieran cuenta de ello.
Por otra parte, la muerte de George Floyd, a manos de la policía de Minneapolis, Minnesota, Estados Unidos, generó una oleada de protestas en contra de la brutalidad policial y el racismo, extendiéndose rápidamente por el país, generando disturbios, saqueos y violencia. Paralelamente, esa ola de protestas y violencia, comenzó a verse en otros países como España, Italia, Francia, Alemania, Australia, Túnez, Japón, Corea del Sur, entre otros. ¿Qué tienen en común estos países? Todos enfrentan la pandemia, muchos vienen superando los períodos de confinamiento y están en evolución, pero en incertidumbre. A todos nos ha afectado la pandemia y las tensiones originadas por el confinamiento seguramente también exacerbaron los ánimos en estos países.
Por otro lado, en nuestra región, si bien no se han presentado protestas antirracistas, la tensión se eleva día a día; los efectos no solo serán por la parálisis económica, el desempleo, el hambre, sino por la incertidumbre que generará la evidencia de que los gobernantes han estado más enfocados en proteger y favorecer a los grandes capitales, en vez de prever soluciones a los ciudadanos para lo que sucederá en el futuro cercano.
Durante décadas América Latina ha hecho pocos esfuerzos sostenidos para crear vías estables y seguras de movilidad social, políticas públicas que le den piso parejo a los ciudadanos; ahora, para revertir esa tendencia se requiere no solo un sólido crecimiento, sino, además, que los ciudadanos tengan un mayor acceso al poder económico y político, romper los nexos entre los intereses privados y la clase política y, sobre todo, lograr la justicia igualitaria ante la ley. El coronavirus ha dado mayor visibilidad a esas desigualdades estructurales por las que usualmente se protesta, con el agravante de que, ha quedado evidenciado, en la mayoría de nuestros países, la precariedad de los sistemas de salud, educación, laboral y de pensiones.
Lo triste es que, no hemos visto -salvo contadas excepciones-un liderazgo que convoque y unifique a todos los sectores de la sociedad, para superar juntos esta crisis. No existe ese liderazgo capaz de romper el hechizo de la parálisis en que están los países, generando y ofreciendo un propósito para unificar fuerzas, voluntades e inteligencias, para vencer más rápido la crisis.
No surge entre nuestros dirigentes, quien lleve al colectivo a un estadio de reflexión y participación, por el contrario, hemos observado dirigentes acusar a la población ser responsables de los contagios y rebrotes, por buscar comida para sus familias.
¿Qué clase de liderazgos tenemos? Los verdaderos líderes asumen responsabilidad, no la evaden, y menos aún, culpan al pueblo de sus desaciertos. Los líderes por lo general no son grandes expertos, ni tienen vara mágica, los líderes son en verdad, grandes movilizadores. Esta región que parece, sigue anclada al pasado, y que, ha vivido con dirigentes que prometían el cambio que nunca llegaba, tiene ante sí la oportunidad histórica de hacer realmente el verdadero cambio, permitir el surgimiento de nuevos líderes capaces de estremecer los acordes sensitivos y comprometer a todos a construir un mundo mejor.