Los ciudadanos del mundo deben lidiar con una realidad desconcertante: la democracia liberal ya no es la única, ni siquiera la más rápida, forma de salir de la pobreza.
Muchos de los casos más exitosos de reducción de la pobreza de los siglos XX y XXI pertenecen a regímenes autoritarios. Así mismo, la prosperidad y la seguridad han dejado de ser patrimonio único de países con un sistema político de corte occidental; varios países ricos tienen economías libres con sistemas políticos que restringen diversas libertades. Irónicamente, incluso muchos países tradicionalmente respetuosos de la democracia y su sistema de libertades, se empiezan a decantar lentamente hacia opciones más autoritarias.
Ante ello, para las sociedades que la practican, la democracia ya no es una alternativa pragmática orientada al desarrollo (si esa fuese la única prioridad, habría mejores opciones), sino una elección que tiene que ver con convicciones morales de cómo merece vivir el ser humano.
En este contexto, el sistema democrático está bajo ataque constante de parte de sus detractores, ricos y pobres. La principal acusación se repite, con matices, en diferentes latitudes: las elecciones, los partidos políticos y las instituciones de control sirven para entronar, incluso perpetuar, gobernantes incompetentes, corruptos e indolentes que, valiéndose de sofisticadas herramientas de manipulación, se sirven de la masa ignorante de votantes.
Pero, incluso si el diagnóstico fuera correcto, la cura para ese mal no es el autoritarismo, sino mejorar la democracia. Ese ahí donde la consultoría política profesional desempeña un papel importantísimo.
Los consultores políticos profesionales permiten que mejores políticos lleguen al poder y que sean verdaderas herramientas de la voluntad popular durante su gestión. Hay malos políticos, pero las sociedades democráticas están redescubriendo dolorosamente el viejo adagio que reza que las mentiras caen, tarde o temprano, por su propio peso: es posible manipular a la gente y aprovecharse de las elecciones populares para encumbrar líderes nocivos que llevan a cabo administraciones irresponsables, pero la verdadera condición de un político siempre sale a la luz. Así, si es que hay consultores capaces y éticos que colaboren con políticos responsables y competentes, la sociedad se volverá hacia estos últimos para reemplazar a los malos, en lugar de optar por el peor escenario: desencantarse de la democracia.
La consultoría política, el saber ganar elecciones y llevar a cabo gestiones populares, es una disciplina que se ha desarrollado muchísimo en las últimas décadas y que cuenta hoy ya con un imprescindible arsenal de herramientas técnicas muy complejas. Una inmensa amenaza a corto plazo para la democracia, quizás la más grande, es que apenas los políticos inescrupulosos y codiciosos echen mano de ella, y que los valiosos, sin importar su ideología, se rehúsen a incorporarla a su gestión. Eso, darle la espalda a la consultoría política profesional en los tiempos de hoy, equivale a auto-relegarse e insistir en abrazar la política supersticiosa, que renuncia al método y la razón para confiarle la victoria a charlatanes que apelan a elementos etéreos e irracionales como la “intuición” o el “talento”. Desgraciadamente, la historia reciente está llena de políticos que hubiesen sido excelentes gobernantes, pero que fracasaron en su campaña o en su gestión por darle la espalda a la consultoría política profesional.
La democracia funciona, y funciona bien, cuando se cumple con ciertos requisitos elementales, como que los ciudadanos tomen decisiones informadas, que los líderes tengan genuinamente valores democráticos, que los políticos conozcan a los votantes, que los procesos políticos y de gestión sean consensuados, o que los acuerdos políticos sean transparentes y/o enfocados en el bien común.
En todos estos campos, la consultoría política profesional puede contribuir inmensamente. La otra opción, la de un escenario dominado por charlatanes y astutos manipuladores, solo contribuirá al preocupante debilitamiento de la democracia.