Sobre la cultura de la cancelación: una búsqueda infame de pseudo-justicia en la era social

Análisis
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¿Y quién no posee un fuego, una muerte, un miedo, algo horrible, aunque fuere con plumas, aunque fuere con sonrisas? Exilio, Alejandra Pizarnik, 1958

El 20 de noviembre de 2016 dos eventos ocurrieron sin solución de continuidad, pero interrelacionados como una broma irónica del destino: mientras Twitter Argentina ardía con una de las cancelaciones públicas más rutilantes de su historia, esa noche vi el episodio final de la tercera temporada de Black Mirror, aquel sobre abejas-robot y Twitter (sin spoilers). El impacto que ese capítulo tuvo en mí fue inexplicable. Desde entonces y hasta hoy, articular por qué las cancelaciones en medios sociales como herramienta de supuesta "justicia social" (entre comillas) me parecen un abuso del poder de la masa es un concepto que siempre me costó mucho articular. La semana pasada, luego de una catarata de cancelaciones sociales varias en Argentina, di con un contenido que me ayudó a conceptualizar lo que no pude explicar por años. 

, en el que durante una hora y cuarenta minutos se explaya sobre la cultura de la cancelación, no sólo desde un punto de vista teórico sino a través de su experiencia personal a partir de varias cancelaciones sufridas por ella en los últimos años.

¿Pero qué es la cancelación? Si bien hay múltiples definiciones de este fenómeno, la cultura de la cancelación es el equivalente al linchamiento, el escrache, el boicot, la denuncia, el escarnio público o apedreamiento digital hacia una persona, a partir de un dicho o frase en sus medios sociales, ya sea actual o de vieja data. Genera una falsa sensación de justicia de masas ante la inacción de la verdadera Justicia, una ilusión óptica que convierte a la masa enfurecida en un tribunal que determina la culpabilidad instantánea de una persona que supuestamente hizo o dijo algo impopular, incorrecto o directamente malo. No tengo altura ni intención de erguirme como faro moral de ninguna clase: quiero señalar que es urgente la reflexión sobre si es ético, justo y sano que pongamos nuestras cuentas en redes sociales al servicio de lo que, a mi entender, es la síntesis misma de la justicia por mano propia, con los medios digitales funcionando a la vez como prueba, juez/a, jurado y cárcel.

Una de las cosas más interesantes del video de ContraPoints es la explicación de ciertos parámetros que le dan forma a la cultura de la cancelación, y que son en extremo valiosos para entender mejor este fenómeno tan complejo. Según Wynn, la cancelación de una persona se construye sobre siete principios:

1. Presunción de culpabilidad. Se deshecha la lógica del Derecho que prevé la presunción de inocencia de le acusadx, la presentación de pruebas y testigos en un juicio justo, y la existencia de tercerxs que deliberan y llegan a un veredicto, que puede o no terminar en una condena. La cultura de la cancelación funciona como una clase de justicia impartida por una horda vigilante más que como sucedáneo de la verdadera Justicia. La tentación es demasiado fácil: en países con sistemas de judiciales lentos o de reputación dudosa, la "justicia social" comenzó con el objetivo principal de exponer a personas poderosas dentro de organizaciones o compañías a las que la justicia común jamás iba a condenar, como en el caso del movimiento #MeToo. Sin embargo, la cultura de la cancelación hace rato que se utiliza a conveniencia, para fines mucho menos altruistas que hacer supuesta justicia donde no la hay. Un caso ejemplar es el enfrentamiento entre Tati Westbrook y James Charles, dos célebres youtubers de belleza en Estados Unidos. En mayo de 2019, Westbrook publicó un video en el que acusaba a Charles de engañar a hombres heterosexuales para hacerlos pensar que eran gays (“trying to trick a straight man into thinking he’s gay”). Para entonces, Charles, quien fuera un mentoree de Westbrook, había publicado contenidos sobre una marca de vitaminas capilares competidora de la marca de Westbrook. Como bien analiza Wynn en su video, Westbrook no es bajo ningún punto de vista una mujer desvalida, victimizada y abusada por Charles, un esquema de desequilibrio y abuso de poder que fue el catalizador de #MeToo. En cambio, es una líder en su industria, dueña de una redituable empresa de belleza, una base de seguidores enorme e indiscutible influencia y poder propios. Analizando con atención los hechos y el background, podría sospecharse que Westbrook usó la cancelación como un arma para dañar a un competidor de su negocio. No fue una víctima de Charles ni es posible afirmar que su único objetivo fue alertar a otrxs sobre la conducta dañina de él, sino que las motivaciones para publicar su denuncia pueden ser vistas, cuanto menos, como sospechosas por los intereses en juego.

2. Abstracción. Es la forma en que la cultura de la cancelación reemplaza los detalles concretos y específicos de una afirmación a una declaración más general. En el caso de Westbrook vs Charles, la acusación “trying to trick a straight man into thinking he’s gay" se abstrajo en Twitter, en forma rápida e indiscutible, a "Charles es manipulador y tóxico". ¿Quién podría defender a alguien manipulador y tóxico? ¿Quién le daría el beneficio de la duda ante la avalancha de tweets y comentarios sobre su manipulación y toxicidad que, dentro de esta lógica, funcionan como pruebas irrefutables? Nadie está dispuestx a indagar porque la acusación es tan horrible que no hay espacio para eso. Todxs queremos ponernos del lado de lxs buenxs y en contra de lxs malxs. Pero las relaciones humanas son complejas, las motivaciones pueden ser múltiples y ocultas. Ser parte de una cancelación puede significar prestarte a difundir una verdad a medias, enunciada por alguien que podría tener una agenda propia que estás lejos de conocer.

3. Esencialismo. Es un tipo de cambio lingüístico que lleva el foco de las críticas hacia la persona cancelada: de las acciones o dichos de alguien se pasa a criticar a la persona en sí misma. De criticar el "hacer" se pasa a criticar al "ser". Cuando hace unos días leí los tweets aberrantes de diversos jugadores de Los Pumas, sentí un desagrado y una tristeza enormes. ¿Cómo es posible que alguien, no importa la edad que tenga, piense que publicar esos comentarios en redes sociales puede ser divertido, gracioso o, incluso, ocurrente? La reducción fue directa: de escribir tweets racistas, sus autores pasaron sin escalas a ser racistas. Y este tal vez no sea el caso más feliz ni más sencillo para poner de ejemplo, porque es difícil (por lo menos para mí) pensar que alguien sin un sesgo racista para ver el mundo o que no haya mamado e internalizado el racismo pueda publicar de forma tan liviana e impúdica esa clase de contenidos horribles. Pero sirve para ilustrar la mecánica del esencialismo: sin escalas, quien dice, es. En la era en la que perdimos el derecho al olvido, más que nunca, ¿no somos para los demás lo que decimos y queda para siempre en los anales de Internet? Para poner un ejemplo menos cercano en sentimientos, volvamos al caso Westbrook vs Charles: la afirmación “trying to trick a straight man into thinking he’s gay", atravesada por el escencialismo quedó luego reducida a "Charles es un predador sexual". El esencialismo es el primer paso para escalar el conflicto, porque decir que una persona es un predador sexual nos retrotrae a cosas horribles y, de nuevo, ¿quién se va a detener a tener miramientos con alguien así? El esencialismo cumple la función de reducir los dichos y acciones a su mínima expresión en palabras, pero en su mayor potencial de hacer daño.

4. Pseudo-moral / pseudo-intelectualidad. ¿Alguien podría afirmar con toda seguridad que la integridad moral y/o el rigor intelectual mueven al mundo de hoy? Cada unx responderá esta pregunta de acuerdo a su experiencia. En el caso de una cancelación, la noción de una genuina preocupación moral o de la aplicación del rigor del conocimiento proveen una excusa falsa para atacar a una persona, su carrera y su reputación mientras detrás puede haber otras motivaciones como el enojo, la envidia, rencillas personales ocultas o diferencias políticas. O puede simplemente primera el "Schadenfreude", como dice Wynn, esa palabra que en alemán denomina el sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otrx. En un mundo de grietas, ver morder el polvo a tus enemigxs puede ser muy satisfactorio, y la cultura de la cancelación brinda un encuadre perfecto para esto. ¿No hubo acaso entre muchxs cierto regodeo porque “los chetos de los Pumas” la pasaron realmente mal? ¿No hay cierto revanchismo teniendo en cuenta el histórico prejuicio de que el rugby es en Argentina un deporte de la clase privilegiada, con todo lo que trae asociado? Nada me importa menos que defender a Los Pumas ni a los autores de tweets vergonzosos: es un hecho innegable que la tensión de clases fue un condimento que azuzó el fuego contra los rugbiers, independientemente de lo horroroso de sus publicaciones. Los privilegios de clases se pierden por completo en los medios sociales, no importa qué tan rápidx seas para borrar tus tweets o cuánto puedas pagar por un buen asesoramiento en comunicación.

5. Sin perdón. En la cultura de la cancelación no hay espacio para educar a o reflexionar con quien está siendo canceladx. No importa si la persona cancelada pide disculpas, asume sus errores y/o demuestra entender dónde y por qué se equivocó, ni una voluntad de mejorar en el futuro. Muchas veces lo que empuja las cancelaciones no es la búsqueda de entendimiento y aprendizaje, sino la destrucción del otro. En una cancelación, todo pedido de disculpas será tomado como poco sincero o directamente como una mentira dicha para salir del paso. Si la disculpa se considera poco sincera, entonces se convertirá en una prueba más de la maldad y la toxicidad de la persona involucrada. Esto es muy peligroso porque no todas las personas que sufren una cancelación pueden manejar la situación de forma estratégica o cuentan con asesoramiento ante una crisis de reputación. Incluso tal vez con algo más básico: no sabemos si cuenta con un círculo íntimo de apoyo por fuera de las redes, como familia, pareja o amigxs que le ayuden a reaccionar en medio de una situación traumática como esta. Y es claro que, ante hechos atroces, una disculpa nunca es suficiente, menos si a la horda justiciera le suena como un simple compromiso. En palabras de Wynn, “las disculpas inmediatas no pueden ser sinceras, porque no le dan a la persona cancelada la oportunidad de enfriar la cabeza, recuperarse, bajar las defensas, escuchar, aprender, crecer y reflexionar de forma seria sobre qué está mal acerca de lo dicho o hecho. Es un proceso que se demanda inmediato pero que en la realidad puede durar días, semanas o meses procesar. Por eso muchas veces los pedidos de disculpas son poco sinceros, llenos de errores de parte de personas que de hecho no tuvieron tiempo de aprender nada”. El peor escenario es cuando la persona atacada guarda silencio, incluso aunque los motivos para eso pueden ser más que válidos y lógicos. Es bastante probable que a muchxs, ante una situación crítica como el escarnio público, el instinto de preservación los haga alejarse de los medios sociales por un par de días para procesar y terminar de entender lo que pasó, para recién entonces estar en condiciones de decir algo que sea valioso y sincero. Pero ese silencio puede tener un precio muy alto: una segunda ronda de hostigamiento y odio.

6. La calidad transitiva de la cancelación. Esta es una de las lógicas más siniestras de la cultura de la cancelación: no sólo expone a su target primario, sino que derrama la presión y el escarnio a aquellxs que tengan o hayan tenido una relación personal, laboral o digital con la persona cancelada. La horda hostil demanda de forma categórica a esxs otrxs que se manifiesten, expresen o sienten posición frente a una cancelación. Parejas, amigxs, colegas y empleadores son llamadxs de forma pública a decir algo. Y no decir algo es decirlo todo: en esta lógica, en el caso del capitán de Los Pumas, no sólo él es racista, sino que también lo son aquellxs lxs que le mostraron su apoyo, lxs que osaron no lo condenaron, y lxs que mostraron apoyo a quienes le brindaron apoyo (?) Todxs tienen que ser tratadxs de la misma forma que la persona cancelada. En el caso de la entonces directora de finanzas de una conocida cadena de gimnasios de Buenos Aires, que publicó un tweet que celebraba la muerte de una referente de las Abuelas de Plaza de Mayo, fue cuestión de minutos para que el público tuitero hiciera el link entre ella y la empresa para la que trabajaba. Decenas de personas escribieron tweets pidiéndole a la cadena que tomara acciones en su contra –situación que la compañía abordó sin demora y con una respuesta habilidosa. Las marcas sponsors de Los Pumas deben haber tenido unos días difíciles ante el repetido pedido de que les retiren su apoyo financiero. La cancelación puede ser un mecanismo perverso que empuja a las personas y a las empresas a tomar decisiones bajo la amenaza de una crisis reputacional por proximidad. Ya no sólo es requerida la responsabilidad sobre las propias acciones, sino también sobre las de otrxs. Esto reviste una complejidad extrema, pero es una alarma encendida para las marcas: es indispensable saber a quién se elige como cara de una campaña, o como parte de una acción de marketing. Independientemente de la cultura de la cancelación, en el mundo de hoy las marcas –les guste o no- tienen una responsabilidad sobre aquellxs a lxs que apoyan o privilegian con sus acciones de marketing y/o comunicación. Un buen research sobre la conducta on-line de las figuras públicas con las que trabajan es más necesario que nunca. Lo que no te ocupes en buscar hoy te explotará en la cara en el momento menos esperado. La UAR lo aprendió de la peor manera.

7. Dualismo. En la cultura de la cancelación, la gente es mala o es buena, sin grises. Y esto conlleva una consecuencia inmediata: no permite una toma de posición contraria a lo que la cancelación propone y funciona como un intento denodado de imponer un pensamiento único. Es decir, estás a favor de la cancelación o estás en contra de ella y, por lo tanto, a favor de la persona cancelada. Y por esto último es posible que te transformes en enemigx también. Si querés ser consideradx “buenx persona”, tenés que cancelar, tenés que estar dispuesto a condenar a todx aquel que la comunidad haya decidido que es malx. En el extremo, este concepto propone que todas las personas malas son igualmente malas: nivela dichos o conductas reprochables con crímenes aberrantes. Bajo la lógica de la cultura de la cancelación, se cae fácilmente en el pensamiento único, y pululan lxs sommeliers de moral ajena agazapadxs a la espera del próximx que pise el palito. Es innegable que no toda conducta o dicho recriminable puede o debe evaluarse con el mismo grado de gravedad. En su video, Wynn cita a la autora Sarah Schulman y su libro "Conflict is not Abuse: Overstating Harm, Community Resposability and the Duty of Repair": la exageración del daño [provocado por la persona cancelada] se usa como una justificación para la crueldad y la escalada del conflicto a su tope máximo. Lo más interesante y peligroso es que muy probablemente que aquellxs que participan de la cancelación sienten que están haciendo algo bueno porque están atacando a un enemigx. Y esta idea se basa en la percepción de que lxs enemigxs son siempre más poderosxs y, por tanto, menos humanxs. En general, si la persona cancelada cuenta con una amplia plataforma (digamos, muchxs followers/fans/suscriptorxs en una o más redes sociales) entonces parece ser más poderosa que cada unx de lxs individuos que participan de la cancelación. Pero como colectivo, estxs últimxs tiene un poder aterrorizante del que parecen no tener conciencia como individuos. "Los copos de nieve no se pueden sentir responsables de la avalancha" dice Wynn. La realidad es que cualquier figura pública en redes sociales corre más riesgo y es más vulnerable a sufrir doxxing, acoso y stalkeo en una escala que no es fácil de mensurar, y de una manera que las personas que participan en una cancelación masiva de forma anónima podrán padecer jamás.

Además de estos vectores que echan luz sobre la lógica de la cancelación, a los fines del objetivo de este artículo es insoslayable mencionar el costo humano que tiene. El dolor de ser canceladx es imposible de expresar para aquellxs que lo sufren, porque las reacciones humanas están vedadas para ellxs. No se les permite mostrarse vulnerables, heridxs, enojadxs ni a la defensiva. La masa enojada le ordena a la persona cancelada cómo debe actuar, mientras que ignora la avalancha de agresiones en forma de tweets y posteos que está recibiendo. Se le quita a la persona cancelada su calidad de ser humanx y su derecho a tener sentimientos respecto a lo que está pasando. En la cancelación se nos quita, como personas, nuestro derecho inalienable a equivocarnos, a sufrir, a aprender y a cambiar de opinión. 

Las secuelas de ser target de una cancelación pueden durar años, o no desaparecer jamás. En esta nota del New York Times, Justine Sacco, autora de un tweet infame de 2013 sobre ir a Sudáfrica y contagiarse HIV y que le valió una de las cancelaciones más globales y sofisticadas de las que tenga memoria, habla en extenso sobre su vida después de la cancelación. Spoiler alert: es un infierno. Un infierno que puede llevar a una persona a tomar medidas extremas. Ese fue el caso de la estrella de cine porno August Ames, que se suicidó en diciembre de 2017 después de un tweet calificado de homofóbico y que la expuso a una cancelación feroz. ¿Cuánto sabemos del daño que hace una cancelación a una persona? Nada, porque una vez ejecutada la cancelación y sepultada la persona cancelada, el asunto pasa al olvido para la masa. Sin dudas, no puede pasar al olvido tan rápido y de forma inocua para quien sufrió la cancelación.

En su video, Wynn menciona el artículo de Ms. Magazine “Trashing: The Dark Side of Sisterhood", de la activista feminista Jo Freedman y publicado en 1976. En él, la autora describe lo que hoy conocemos con cancelación como “el asesinato de la persona pública (character) que se convierte en una violación psicológica”. Sin importar si la persona cancelada goza o no de mi simpatía, o si comparte o no mis visiones del mundo, cada vez que una cancelación ocurra en mi timeline me seguiré preguntando si la cultura de la cancelación construye algo para alguien, y si estoy dispuesta o no a participar de la violación pública de una persona para saciar la búsqueda de una clase de pseudo-justicia efímera y horrorosa, caprichosa y aleatoria, para la que nadie tiene el ticket de exención.

Spoiler alert: la respuesta sigue siendo no.

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